sábado, 20 de agosto de 2011

Entre tu, y yo. CAP.4 "Noche de chicas" vol.1


Hacía tiempo que no salía con sus amigas. Una noche de chicas no es tanto, si cada una de ellas está cada 15 minutos pendiente del móvil por si la ha llamado su novio. Lo peor de todo es que a ella, le hubiera gustado estar también pendiente del móvil, por si la llamaban, pero en lugar de eso tenía que disimular.

Cuando se paraba a pensar y en su interior nacía la idea de que toda su vida era una farsa, que había tenido que pasar buena parte del tiempo haciendo como que no se daba cuenta de las cosas y disimulando, y lejos de deprimirse, pensaba en porqué no se había dedicado a la interpretación. Habría sido una buenísima actriz. Pero inmediatamente abandonaba la idea. Fingir en el trabajo y en la vida real debía ser ciertamente agotador. Aún en su día a día, a ratos, fingir era agotador. A veces ella misma confundía su realidad con su mentira. Para mentir bien hace falta creerse la propia mentira. Creerse su mentira le ha hecho mentir bien, pero olvidar cuáles son sus verdaderos sentimientos.

La tarde en aquel local transcurría más o menos como había previsto, copas, risas, música, buen humor… una tarde relajada, en la que había conseguido, sin darse cuenta, evadirse de sus preocupaciones, sus temores. De pronto, hubo un silencio, y se pararon a escuchar la música que en aquel momento estaba sonando.

-Me encanta esta canción! pero no sé cómo se llama… -dijo una de las chicas.

-Chasing cars, de Snow Patrol. –dijo ella. Y sin darse cuenta, sus amigas desaparecieron, y empezó sólo a atender a la música, a la letra de la canción. “We don’t need, anything or anyone”, fue la primera frase que escuchó. De pronto, mientras el vocalista entonaba el “If I lay here, If I just lay here, would you lie with me and just forget the world?”, vio perpleja como él entró por la puerta del local. Y no entró solo. Entró con ella, mejor dicho, entró con “su ella”.

“Su ella” lucía orgullosa cogida de su mano, un paso por detrás de él. Él… bueno, simplemente era él. Ella, quiso desaparecer. Pero no podía. No sólo se lo impedía su orgullo, sino además su sentido de la justicia. No era justo que ella tuviera que esconderse. Así que aguantó el tipo. Cogió aire y permaneció quieta, casi inmóvil. Como si volviera a ser pequeña y estuviera jugando al juego del “pajarito inglés” en el que si te ven en movimiento te eliminan.

La canción continuaba sonando, y de nuevo vino el estribillo, que rezaba aquello de… “si me tumbo aquí, si simplemente me tumbo aquí, ¿querrás tumbarte conmigo y simplemente olvidar el mundo?”. Entonces se dio cuenta. Eso era lo que él le había ofrecido, y ella había aceptado. Y él lo cumplía. Cuando estaban juntos, cuando se acostaban juntos, y despertaban juntos, simplemente olvidaban el mundo. Pero no era verdad. El mundo en realidad no desaparecía, simplemente se mantenía suspendido, cómo si el dios del tiempo Cronos, les concediera una tregua, un lapso de tiempo en el que todo valía sin consecuencia alguna, un descanso, una hora sin cámaras en la casa de gran hermano... lo que pasaba dentro de aquella habitación, era como si no contara para mundo. Era un “lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”. Y ella lo odiaba, porque la realidad en su vida era otra muy diferente, otra que existía más allá de una cama. Más allá del sudor, de los mordiscos, de los besos, de la saliva, de los gritos y jadeos, de los abrazos, de los lametones y pellizcos…

Entonces empezó a recordar cómo había empezado todo aquello. Inocentemente. Como un tonteo inocente, que no iba a ir a ningún sitio, que no debía ir a ningún sitio, porque había más gente de por medio. Había que esperar. Pero no pudieron esperar más. Y la realidad de la gravedad de la situación le había caído de pronto, como un jarro de agua fría. Cronos les había devuelto de golpe todas las treguas que les había ofrecido, y sintió como si alguien le hubiera partido el estómago de un hachazo. No… en realidad no… en realidad nadie le había dado un hachazo, aquella sensación de falta de aire, se la había buscado ella solita. Más bien había sido un suicidio Harakiri, por lo doloroso, pero sin la razón gloriosa por la que se quita la vida el guerrero Samurái. ¿Por un hombre? ¿Qué clase de muerte digna era aquella? Siempre se había burlado de la historia de amor de Romeo y Julieta, menudo par de tontos…

Pensando todas aquellas tonterías se le había olvidado que él continuaba en el local, y que era la última persona a la que le apetecía ver en aquel momento… no, en realidad sí que le apetecía verlo, habían estado separados unas dos semanas, pero le apetecía verlo en su templo, en su territorio… su cabeza trabajaba a una velocidad vertiginosa, todos aquellos pensamientos habían hecho palidecer su piel hasta el punto de que sus amigas se quedaran calladas y la miraran con preocupación.

-Nena, ¿estás bien? –preguntó una de las chicas preocupada. Cualquiera diría que has visto a un fantasma…

-¿Ehh? No, no, no…estoy bien, es solo que me he mareado un poco… voy a refrescarme al baño, ¿de acuerdo? No contéis ni un cotilleo sin mi, ¿eh? Jajajaja… en seguida vuelvo.

Antes de levantarse, oteó el local por si lo veía, pero no fue el caso. Probablemente se había ido de allí, eso esperaba al menos… de nuevo le entraron ganas de irse a su casa, aquel incidente le había amargado la noche, pero ya había pactado con ella misma quedarse, aguantando el tipo. Además sus amigas le preguntaría por qué se iba tan repentinamente… lo cierto es que se lo estaban pasando en grande. ¡Joder! De todos los locales de la ciudad, había tenido que ir allí… ¡maldito destino!. Con aquel enfurruñamiento se levantó por fin de la mesa. Iba con la cabeza agachada, el local estaba bastante lleno. De camino a los baños mientras iba inmersa en sus ideas, en su mala suerte y en lo tonta que era y se sentía notó cómo le flaqueaban las fuerzas. Notó cómo las piernas le temblaban y el corazón le iba a mil. Notó cómo un sudor frío le recorría la frente, y entre tantas sensaciones que provenían de su cuerpo, notó cómo un hombre la empujó. Entre el mareo que llevaba y lo distraída que iba por poco se cae al suelo, pero afortunadamente alguien la agarró. Cuando quiso darse la vuelta para agradecerle al desconocido que hubiera evitado que comiera suelo, el tiempo se ralentizó como cuando corrían los socorristas en “Los vigilantes de la playa”. De nuevo, maldijo al destino, ¿De verdad tenía que ser él el que la cogiera? En fin, ahora ya estaba hecho, allí estaba, frente a él. Y si ella estaba pálida, él se puso rojo. Le gustó. Al menos así se dio cuenta de que ella no era la única que lo estaba pasando mal o a la que aquello le parecía embarazoso. Pero… ¿Que se pusiera rojo? Quizá se avergonzaba de ella, temía que ella le montara una típica escena de amante ¿tan poco la conocía?

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