lunes, 29 de agosto de 2011

Entre tú, y yo. CAP.4 "Noche de chicas" Vol.2


-Eiii!!, ¿qué tal?, cuánto tiempo sin verte! –justo después de decir esas palabras se arrepintió. La primera parte había sido acertada. Un saludo espontáneo, alegre, desenfadado y no demasiado efusivo. Pero el “cuánto tiempo sin verte” sobraba. Era mentira, dos semanas no son mucho tiempo. Ella sabía que para “su ella” era una completa desconocida, y el hecho de que hubiera dado a entender que se conocían de antes, aunque hiciera tiempo que no se veían, haría que “su ella” le preguntara a él de qué se conocían, o lo que podía ser peor, que se lo preguntara a ella, que se empeñara en presentarse.. Diooos! En serio, en serio… ¡¿cómo cojones habían llegado a esa situación?! … Ella mantuvo la sonrisa.

“Su ella” estaba un paso por detrás de él, entre queriendo esconderse y queriendo hacerse ver. Entre dándose cuenta de que sobraba y queriéndose integrar en la conversación. Antes de que la cabeza de ella pudiera seguir trabajando a ritmo de vértigo, él dijo desenfadado.

-Casi te matas. –una burla sonrisa se dibujó en su rostro.

-oye, no es justo! –dijo ella dándole un puñetazo amistoso en el hombro. No ha sido culpa mía, ¡ha sido el hombre el que me ha atacado!! Si ya sabes que yo no bebo… jajaja –de nuevo mucha información. Se estaba luciendo, menuda manera de meter la pata. Sólo quería salir de allí… pero ¿cómo?

-Bueno, no pasa nada si bebes, -dijo “su ella” buscando una mirada de complicidad en él. La gente viene a estos sitios a eso, jejeje.

Ella se la quedó mirando con una sonrisa hierática dibujada en la cara, de pronto sus peores sospechas estaban a punto de cumplirse. Ante la atenta e impotente mirada de ella, ante la atenta e impotente mirada de él, “su ella” se disponía a extender la mano en lo que sería la cortés forma social de la auto presentación.

“Soy... tal, encantada, la novia de él por cierto. Pero… lo más importante… ¿tú quién eres?” Esas eran justo las palabras que ella esperaba oír mientras acudía impotente a la extensión del brazo de “su ella”, a su inminente y cordial saludo. De nuevo el tiempo se había ralentizado, y como quien ve el contador de una bomba a la que apenas le quedan 10 segundos para estallar, ella quiso correr, correr mucho, tanto como sus piernas le dejaran, tanto como su alma le permitiera. No quería conocerla, no quería que se la presentaran y mucho menos que se presentara ella. No quería cruzar una sola palabra con “su ella”, nunca, jamás. Si la conocía, sería real y entonces él tendría una novia de verdad.

Pero no corrió, en un ápice de lucidez que se ve sacó de donde se le había quedado guardada la cordura desde el momento en el que lo había visto entrar por la puerta del local, ella, se adelantó, y saturándolos de información, finalmente dijo…

-Pues nada, ¡que me alegro de verte! Ya hablamos, ¿de acuerdo? Me voy a ir porque me están esperando mis amigos y vosotros seguro que queréis estar solos. Cuídate.

-Cuídate, hasta luego.

Con un mareo esta vez etílico y como dios la encaminó, consiguió llegar al cuarto de baño. Se sentó sobre la sucia taza. Se echó las manos a la cabeza y cogió aire.

Bueno, no había ido tan mal. Lo ideal habría sido no tropezarse con él, pero había podido salir relativamente airosa de aquella situación. Ahora solo esperaba que no se hubieran movido de la barra, los tenía localizados, ya sabía por dónde no tenía que pasar. Se echó un poco de agua fría sobre la nuca y se miró en el espejo. Bueno… mejor era encontrárselo allí que en el súper. Como se había pasado los dos últimos meses follando con él, había perdido un par de kilos y por fin había podido estrenar el vestido que se había comprado, ya que por fin salía de casa. Se alejó de la pila, y se intentó mirar el trasero en el espejo. Si “su ella” había estado distraída, él, habría aprovechado para propinarle una mirada furtiva en el culo, y seguro que le había gustado… “mírame, ¿y ahora de qué puñetas me río?” –pensó para sí misma. “En fin, es hora de volver con las chicas…”

Cuando aún tenía la puerta del baño entreabierta, una fuerza masculina que le resultó conocida la embistió con fuerza hasta empotrarla contra la pared. Aquel baño era minúsculo. Con la incertidumbre dibujada en el rostro, se dio cuenta de que estaba encerrada en el baño del local de moda de la ciudad con un extraño, el cual, casi con certeza se había metido allí con el noble propósito de violarla. Sin embargo, no estaba asustada, porque el olor de aquel hombre le resultó familiar. Cuando por fin acertó a verle bien la cara, no pudo evitar morderse los labios. Era él, era “su él” que no había podido evitar seguirla, que al verla la había echado de menos y necesitaba hacerla suya allí y ahora… no podía creer lo afortunada que era, lo mucho que lo había echado de menos, las ganas que tenía de volverlo a notar dentro. Ella, lo besó.

-Eh, eh! Espera, ¿qué haces? –dijo él apartándola de su cuello, cogiéndole fuerte de las muñecas, tan fuerte que le hacía daño.

-Venga tonto, si sabes que has venido a eso, ¿o es que ahora te vas a hacer el estrecho? –él realmente le estaba haciendo mucho daño en las muñecas.

-No, no he venido a eso, he venido a hablar contigo, porque prefiero decírtelo yo en persona a tener que llamarte por teléfono.

Parecía que la cosa se estaba poniendo seria de verdad, no entendía nada de lo que estaba pasando pero fuera lo que fuera lo que le tenía que decir él, parecía grave. Por fin la soltó de las muñecas.

-¿Te pasa algo? –preguntó ella preocupada. No me asustes…

-No, no… no me pasa nada. –reflexionó un momento. Bueno sí, sí que me pasa… lo que acaba de pasar ahí fuera… me he dado cuenta de que no podemos seguir viéndonos, estamos jugando con fuego, y yo necesito aclarar mis ideas.

Ella se quedó con los ojos como platos, mirándolo fijamente. Suplicando que aquello que estaba diciéndole él no fuera verdad, le fallaron las piernas y se sentó de nuevo en la taza del wáter.

-Perdóname.

Ella permaneció allí sentada. Qué ilusa al pensar que se había llevado un hachazo solo por el hecho de haberlo visto aparecer con su novia. El dolor que estaba experimentando en aquel instante estaba multiplicado por un millón, y así lo debió de manifestar su rostro, ya que él, que continuaba dentro de aquel minúsculo baño para señoras, con colillas en el suelo y pañuelos de papel sobre el lavabo le dijo…

-Pero dime algo, habla, no te quedes callada… por favor.

Finalmente, después de unos minutos que parecieron siglos, y con un nudo de rabia contenida que le apretaba desde el estómago hasta la garganta y casi no le dejaba hablar, ella, consiguió articular unas palabras, Pero las pronunció mirando al suelo, no fue capaz fue de mirarlo a los ojos…

-Nadie es culpable de lo que siente… he utilizado esta frase a lo largo de los años para… para justificar a la gente que me rodea. Para poder, o intentar, llegar a comprender a los hombres en sus acciones egoístas, para no enfadarme con ellos cuando no me han llegado a querer como yo hubiera deseado, y que en cambio, deseen a otra que no ha hecho nada para ganarse ese amor. Pero me acabo de dar cuenta –cada vez le costaba más respirar- de que esa justificación también me sirve a mi. Nadie es culpable de lo que siente, yo tampoco. –dijo levantando la cabeza y mirándolo a los ojos… él, apartó la mirada. Ella siguió- No soy culpable de odiarla, ni de desearte. No soy culpable de sentir celos, ni de sentir rabia, porque no es algo que yo haya decidido, o podido evitar. Simplemente, ha pasado. Y ahora, solo me queda cargar con las consecuencias. Acato mi condena, la cumpliré, no te preocupes… sólo me gustaría saber cuánto te cae a ti, para así darme cuenta de que hay justicia en el mundo.

Él, no pudo decir nada, solo le dijo un… “Lo siento, ya hablaremos”, se dio la vuelta y estaba dispuesto a irse por donde había venido. Horrorizada observó cómo se iba. Tenía que evitarlo…

-¿Eso es todo? ¿Te vas y ya está? –dijo ella, esta vez mirándolo a los ojos, suplicante.

-Es que no te puedo decir nada más. –contestó él, apartando la mirada de nuevo… se sentía incapaz de mirarla a los ojos, pero no sabía exactamente por qué. Y de nuevo se dio la vuelta e intentó abrir la puerta del baño. Que aquella estancia fuera tan minúscula jugaba en contra de él, puesto que el olor que desprendía ella, no lo desprendía otra mujer en el mundo, y le parecía irresistible. Incluso aquel escombro de mujer, que él acababa de destruir con sus palabras, le parecía irresistible.

-Quiero saber que te vas –ella lo cogió del brazo, fuerte. Y no que huyes.

Él paró en seco, pero fue incapaz de girarse. Así permanecieron unos segundos. Él apoyó la cabeza en la puerta del baño y por unos instantes estuvo a punto de tirar la toalla, de rendirse, de rendirse a ella, a sus encantos, sin que ella hubiera tenido que hacer nada especial para encantarlo. Entonces ella lo soltó, y él, al notarlo, aprovechó aquel momento para abrir la puerta y salir. Con paso firme continuó caminando, hacia delante, sin mirar atrás. Y ella impotente, no pudo hacer más que verlo alejarse.

De pronto, lo vio claro, dejó un tiempo prudencial, el que estimaba justo para que él se fuera de allí para salir del baño y mientras volvía a la mesa con las chicas aquella claridad aterradora se le echó encima…. ¿culpa?, no había culpa, ella ya lo había perdonado, de hecho nunca lo había llegado a culpar… y como dice la locución latina, principio de derecho penal… “nullum poena sine culpa”, o lo que es lo mismo, no hay pena sin culpa. Él, nunca cumpliría su condena, pero inexplicablemente, ella sí que la estaba cumpliendo.

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