sábado, 24 de noviembre de 2012

#vullmés



Ayer fue un día muy intenso en mi vida. Las buenas noticias de la mañana, no parecían augurar que por la noche iba a acabar con dolor de cabeza de la pena y el llanto. Aprendí, que hay momentos que marcan tu vida, no sé si para bien o para mal, pero sí que sé que ya las cosas nunca volverán a ser iguales. Por mi cabeza inevitablemente pasan infinidad de pensamientos, sobretodo refranes… “el diablo sabe más por viejo que por diablo”, “lo que no te mata te hace más fuerte”, “mantén cerca a tus amigos, pero sobretodo a tus enemigos”…
Hoy, viendo ya un poco desde lejos los acontecimientos, intentando mirarlos con perspectiva, me siento perdida. Ayer solo sentía dolor, rabia e impotencia. Era como una pesadilla de la que necesitaba despertar, aquello no podía estar pasando, no a mí.
Hay una verdad universal que todos debemos afrontar, queramos o no. Al final todo se acaba. Nunca me han gustado los finales. Sé que llegan, pero jamás pensé que “mi final” llegaría así.
El último día de verano, el último capítulo de un buen libro, separarte de una buena amiga…  los finales son inevitables. Llega el otoño, cierras el libro, dices adiós…
Hoy es un día de esos, hoy me despido de todo lo que me resultaba familiar, de todo lo que me resultaba cómodo.
Pasamos página pero solo porque nos vamos, y eso nos duele…
Hay personas que son una parte tan importante de nosotros, que estarán ahí pase lo que pase, ellos son nuestra tierra firme, nuestra estrella polar, y esa voz de nuestro corazón que siempre nos acompañará… SIEMPRE.
Este texto no va de derrotas, de aprendizajes, de despedidas… al menos no va solo de eso. Este texto es para ti. Tú, mi tierra firme.
Gracias por recordarme quién soy en los momentos más difíciles, por estar ahí, una vez más, y por ayudarme a sonreír.  TE QUIERO.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Entre tú y yo. CAP. 5 "reencuentros y reesaca"




Un agudo dolor occipital, una boca seca y pastosa, un terrible dolor de estómago que le recorría como fuego por toda la tráquea y le salía por la garganta, y unos pies dormidos y con hormigueos le dieron los buenos días aquel espantoso domingo. Resaca. La resaca personificada se había presentado en su dormitorio. Cuando te topas con la resaca, mejor dicho, cuando te reencuentras con la resaca, el sentimiento que de inmediato abruma tu ser es el de arrepentimiento. Arrepentimiento por haber cenado poco, para seguir manteniendo la línea, aún sabiendo que después vas a beber. Arrepentimiento por haber tomado aquel mojito, por el primer cubata de vodka con limón, por el segundo, sobre todo por el tercero, y también arrepentimiento por los chupitos de tequila, definitivamente no debería de haberse tomado aquella tercera ronda…. Sí, fueron eso, los chupitos.

Conforme pudo se levantó de la cama, iba coja ¿tanto abusó anoche? Lo cierto es que tenía lagunas, se acordaba de más bien poco, de hecho, el único rato intacto en su mente y  que desearía haber borrado (por eso bebió tanto) permanecía como grabado a fuego en su cabeza fue… el encuentro con… bueno con… ya da igual. Fue directa a la cocina. Agua. Necesitaba rehidratar su organismo,  cogió la botella y bebió. Con lo que bebió anoche y la sed que tenía aún.. jajaja, rió ella sola… sí, aún iba ciega, no había otra explicación a aquel momento “chiste malo”. Le entró una arcada, y fue corriendo al baño. Vomitó. Bebió de nuevo agua y se quedó mirándose al espejo. Estaba completamente desnuda. No sabía por qué. Suponía que llegó a casa tan tajada que fue incapaz de ponerse nada encima para dormir. Lo lógico habría sido que se hubiera acostado vestida. Esperaba no haberse resfriado. Se quedó mirando su cuerpo desnudo delante del espejo. No le gustaba. No se sentía guapa, ni sexy… ni deseada. Ya que estaba desnuda y en el baño, y pese a tentar al momento “reflexión” sobre la noche anterior, se metió en la ducha. El agua le vendría bien.

Empezó a caer agua templada sobre su cuerpo, hasta ponerse caliente, hirviendo, le quemaba… le encantaba poner así el agua, y probaba a sí misma como de caliente la soportaba. De pronto abrió del todo el agua fría. Aquel contraste provocó en ella un jadeo. Recordó cuando había sentido aquel estremecimiento por última vez, y no fue en la ducha, al menos, no sola.  Abrió más el paso de agua, no quería escuchar sus pensamientos, no quería acordarse de él. Se quedó allí dentro un rato, entre agua caliente y fría, entre agua hirviendo y helada. Empezó a preguntarse cómo había llegado a casa, lo último que recordaba era salir del local… ¿fueron a la discoteca? Mmm, necesitaba hablar urgentemente con alguna de las chicas. Ahora llamaría por teléfono a alguien.

¿Qué hora sería? Ufff, demasiadas preguntas, y desgraciadamente no tenía respuesta para ninguna. Empezó a marearse y salió de la ducha. Maldita resaca… al menos ya se notaba los pies. Mientras se secaba el cuerpo con la toalla, decidió no llamar a nadie. No le importaba ni la hora que era ni lo que había pasado anoche. No tenía ganas de hablar con nadie. Normalmente dejaba que su cuerpo se secara, y después lo lubricaba con aceite corporal… pero no le apetecía. Decidió que iba a ponerse el bikini, subir a la terraza, tumbarse al sol y escuchar  a Marlango. La dulce voz de Leonor Watling la tranquilizaría. Puede que incluso la hiciera dormir. Como no sabía la hora a la que había llegado a casa no podía calcular las horas que había dormido. Si alguien apareciera en ese momento por la puerta de su cuarto de aseo y le dijera “has dormido 3 horas” o “has dormido 15 horas” creería ambas afirmaciones, ya que tenía de lo más difuso el concepto del espacio tiempo desde anoche.

La última vez que recordaba haber visto la hora en su teléfono móvil eran las 2:03 de la madrugada. Antes de aquel fatídico encuentro, cuando lo que buscaba al mirar el móvil no era ver la hora, sino que deseaba, con toda su alma, con todo su cuerpo, recibir una llamada suya, de él, un mensaje en el que le dijera que había vuelto a la ciudad y que tenía ganas de verla. Pero no fue así.
 Se puso de pie dispuesta a salir del baño. Debía plantearse buscar la ropa de anoche, ordenar un poco la habitación, antes de subirse a la terraza… no tenía ganas. No quería saber ni tan siquiera dónde estaba su teléfono. “Apática y resacosa, definitivamente no se puede estar mejor un domingo” –pensó. Mientras se dirigía a su habitación, por el pasillo, encontró algo raro. Ropa. ¿Qué tiene de raro la ropa? Mucho, teniendo en cuenta que lo que acababa de encontrar era un mocasín de la talla 46. Lo recogió extrañada. Levantó la vista, y colgado del florero del medio del pasillo encontró el tanga que llevaba anoche. Continuó avanzando, y había más ropa tirada… un calcetín, una camisa de Ralf Lauren, su vestido hecho un trapo…. Dioooooosss, conforme avanzaba por el pasillo hasta su habitación estaba más y más aterrada. Hacía como una hora que había pasado por ese mismo pasillo para ir al baño y la cocina y no había visto nada de eso. El agua fría de la ducha, por lo visto, la había despejado.
Siguió caminando y encontró unos vaqueros y el par del mocasín que ya tenía en la mano… un silogismo terrorífico entraba con paso firme en su mente. “Si hay ropa de tío por el suelo de mi casa, significa que anoche acabé con alguien. Si anoche acabé con alguien y aún está aquí su ropa, significa que aún está en mi casa y si aún está en mi casa, y aún no lo he visto, debe de seguir durmiendo en mi cama…..¡¡maaadre míaaa!! ¡¡¿¿Cómo la lié taaanto anocheee??!!”
Entre curiosa y temerosa se acercó con la ropa de aquel desconocido hasta la puerta de su dormitorio, decidida a echarlo fuera quien fuera, y fuera como fuera. No tenía ganas ni de mirarse en el espejo, mucho menos iba a aguantar un post-coito con alguien que le importaba tan poco que ni tan siquiera había sido capaz de recordar que se había quedado dormido en su cama. Estaba a punto de abrir la puerta. No se decidía a hacerlo, ¿qué le iba a decir? “hola, no tengo ni idea de quién eres, así que aquí tienes tu ropa y vete de mi casa… ya”… pobre chico, si a ella le hicieran eso… bueno, daba igual, seguro que él tenía novia, y simplemente la había utilizado para follar, porque anoche la vio y sintió por ella una atracción incontenible, y como ella iba borracha, seguro que ni le preguntó su nombre, ni cuántos años tenía… dioss, esperaba que no fuera mucho más joven que ella… ¿habría desvirgado a alguien?. Decidió dejar de hacerse preguntas y simplemente atravesar el umbral. Apartó la puerta y….

-No puede ser…. TÚ!

lunes, 29 de agosto de 2011

Entre tú, y yo. CAP.4 "Noche de chicas" Vol.2


-Eiii!!, ¿qué tal?, cuánto tiempo sin verte! –justo después de decir esas palabras se arrepintió. La primera parte había sido acertada. Un saludo espontáneo, alegre, desenfadado y no demasiado efusivo. Pero el “cuánto tiempo sin verte” sobraba. Era mentira, dos semanas no son mucho tiempo. Ella sabía que para “su ella” era una completa desconocida, y el hecho de que hubiera dado a entender que se conocían de antes, aunque hiciera tiempo que no se veían, haría que “su ella” le preguntara a él de qué se conocían, o lo que podía ser peor, que se lo preguntara a ella, que se empeñara en presentarse.. Diooos! En serio, en serio… ¡¿cómo cojones habían llegado a esa situación?! … Ella mantuvo la sonrisa.

“Su ella” estaba un paso por detrás de él, entre queriendo esconderse y queriendo hacerse ver. Entre dándose cuenta de que sobraba y queriéndose integrar en la conversación. Antes de que la cabeza de ella pudiera seguir trabajando a ritmo de vértigo, él dijo desenfadado.

-Casi te matas. –una burla sonrisa se dibujó en su rostro.

-oye, no es justo! –dijo ella dándole un puñetazo amistoso en el hombro. No ha sido culpa mía, ¡ha sido el hombre el que me ha atacado!! Si ya sabes que yo no bebo… jajaja –de nuevo mucha información. Se estaba luciendo, menuda manera de meter la pata. Sólo quería salir de allí… pero ¿cómo?

-Bueno, no pasa nada si bebes, -dijo “su ella” buscando una mirada de complicidad en él. La gente viene a estos sitios a eso, jejeje.

Ella se la quedó mirando con una sonrisa hierática dibujada en la cara, de pronto sus peores sospechas estaban a punto de cumplirse. Ante la atenta e impotente mirada de ella, ante la atenta e impotente mirada de él, “su ella” se disponía a extender la mano en lo que sería la cortés forma social de la auto presentación.

“Soy... tal, encantada, la novia de él por cierto. Pero… lo más importante… ¿tú quién eres?” Esas eran justo las palabras que ella esperaba oír mientras acudía impotente a la extensión del brazo de “su ella”, a su inminente y cordial saludo. De nuevo el tiempo se había ralentizado, y como quien ve el contador de una bomba a la que apenas le quedan 10 segundos para estallar, ella quiso correr, correr mucho, tanto como sus piernas le dejaran, tanto como su alma le permitiera. No quería conocerla, no quería que se la presentaran y mucho menos que se presentara ella. No quería cruzar una sola palabra con “su ella”, nunca, jamás. Si la conocía, sería real y entonces él tendría una novia de verdad.

Pero no corrió, en un ápice de lucidez que se ve sacó de donde se le había quedado guardada la cordura desde el momento en el que lo había visto entrar por la puerta del local, ella, se adelantó, y saturándolos de información, finalmente dijo…

-Pues nada, ¡que me alegro de verte! Ya hablamos, ¿de acuerdo? Me voy a ir porque me están esperando mis amigos y vosotros seguro que queréis estar solos. Cuídate.

-Cuídate, hasta luego.

Con un mareo esta vez etílico y como dios la encaminó, consiguió llegar al cuarto de baño. Se sentó sobre la sucia taza. Se echó las manos a la cabeza y cogió aire.

Bueno, no había ido tan mal. Lo ideal habría sido no tropezarse con él, pero había podido salir relativamente airosa de aquella situación. Ahora solo esperaba que no se hubieran movido de la barra, los tenía localizados, ya sabía por dónde no tenía que pasar. Se echó un poco de agua fría sobre la nuca y se miró en el espejo. Bueno… mejor era encontrárselo allí que en el súper. Como se había pasado los dos últimos meses follando con él, había perdido un par de kilos y por fin había podido estrenar el vestido que se había comprado, ya que por fin salía de casa. Se alejó de la pila, y se intentó mirar el trasero en el espejo. Si “su ella” había estado distraída, él, habría aprovechado para propinarle una mirada furtiva en el culo, y seguro que le había gustado… “mírame, ¿y ahora de qué puñetas me río?” –pensó para sí misma. “En fin, es hora de volver con las chicas…”

Cuando aún tenía la puerta del baño entreabierta, una fuerza masculina que le resultó conocida la embistió con fuerza hasta empotrarla contra la pared. Aquel baño era minúsculo. Con la incertidumbre dibujada en el rostro, se dio cuenta de que estaba encerrada en el baño del local de moda de la ciudad con un extraño, el cual, casi con certeza se había metido allí con el noble propósito de violarla. Sin embargo, no estaba asustada, porque el olor de aquel hombre le resultó familiar. Cuando por fin acertó a verle bien la cara, no pudo evitar morderse los labios. Era él, era “su él” que no había podido evitar seguirla, que al verla la había echado de menos y necesitaba hacerla suya allí y ahora… no podía creer lo afortunada que era, lo mucho que lo había echado de menos, las ganas que tenía de volverlo a notar dentro. Ella, lo besó.

-Eh, eh! Espera, ¿qué haces? –dijo él apartándola de su cuello, cogiéndole fuerte de las muñecas, tan fuerte que le hacía daño.

-Venga tonto, si sabes que has venido a eso, ¿o es que ahora te vas a hacer el estrecho? –él realmente le estaba haciendo mucho daño en las muñecas.

-No, no he venido a eso, he venido a hablar contigo, porque prefiero decírtelo yo en persona a tener que llamarte por teléfono.

Parecía que la cosa se estaba poniendo seria de verdad, no entendía nada de lo que estaba pasando pero fuera lo que fuera lo que le tenía que decir él, parecía grave. Por fin la soltó de las muñecas.

-¿Te pasa algo? –preguntó ella preocupada. No me asustes…

-No, no… no me pasa nada. –reflexionó un momento. Bueno sí, sí que me pasa… lo que acaba de pasar ahí fuera… me he dado cuenta de que no podemos seguir viéndonos, estamos jugando con fuego, y yo necesito aclarar mis ideas.

Ella se quedó con los ojos como platos, mirándolo fijamente. Suplicando que aquello que estaba diciéndole él no fuera verdad, le fallaron las piernas y se sentó de nuevo en la taza del wáter.

-Perdóname.

Ella permaneció allí sentada. Qué ilusa al pensar que se había llevado un hachazo solo por el hecho de haberlo visto aparecer con su novia. El dolor que estaba experimentando en aquel instante estaba multiplicado por un millón, y así lo debió de manifestar su rostro, ya que él, que continuaba dentro de aquel minúsculo baño para señoras, con colillas en el suelo y pañuelos de papel sobre el lavabo le dijo…

-Pero dime algo, habla, no te quedes callada… por favor.

Finalmente, después de unos minutos que parecieron siglos, y con un nudo de rabia contenida que le apretaba desde el estómago hasta la garganta y casi no le dejaba hablar, ella, consiguió articular unas palabras, Pero las pronunció mirando al suelo, no fue capaz fue de mirarlo a los ojos…

-Nadie es culpable de lo que siente… he utilizado esta frase a lo largo de los años para… para justificar a la gente que me rodea. Para poder, o intentar, llegar a comprender a los hombres en sus acciones egoístas, para no enfadarme con ellos cuando no me han llegado a querer como yo hubiera deseado, y que en cambio, deseen a otra que no ha hecho nada para ganarse ese amor. Pero me acabo de dar cuenta –cada vez le costaba más respirar- de que esa justificación también me sirve a mi. Nadie es culpable de lo que siente, yo tampoco. –dijo levantando la cabeza y mirándolo a los ojos… él, apartó la mirada. Ella siguió- No soy culpable de odiarla, ni de desearte. No soy culpable de sentir celos, ni de sentir rabia, porque no es algo que yo haya decidido, o podido evitar. Simplemente, ha pasado. Y ahora, solo me queda cargar con las consecuencias. Acato mi condena, la cumpliré, no te preocupes… sólo me gustaría saber cuánto te cae a ti, para así darme cuenta de que hay justicia en el mundo.

Él, no pudo decir nada, solo le dijo un… “Lo siento, ya hablaremos”, se dio la vuelta y estaba dispuesto a irse por donde había venido. Horrorizada observó cómo se iba. Tenía que evitarlo…

-¿Eso es todo? ¿Te vas y ya está? –dijo ella, esta vez mirándolo a los ojos, suplicante.

-Es que no te puedo decir nada más. –contestó él, apartando la mirada de nuevo… se sentía incapaz de mirarla a los ojos, pero no sabía exactamente por qué. Y de nuevo se dio la vuelta e intentó abrir la puerta del baño. Que aquella estancia fuera tan minúscula jugaba en contra de él, puesto que el olor que desprendía ella, no lo desprendía otra mujer en el mundo, y le parecía irresistible. Incluso aquel escombro de mujer, que él acababa de destruir con sus palabras, le parecía irresistible.

-Quiero saber que te vas –ella lo cogió del brazo, fuerte. Y no que huyes.

Él paró en seco, pero fue incapaz de girarse. Así permanecieron unos segundos. Él apoyó la cabeza en la puerta del baño y por unos instantes estuvo a punto de tirar la toalla, de rendirse, de rendirse a ella, a sus encantos, sin que ella hubiera tenido que hacer nada especial para encantarlo. Entonces ella lo soltó, y él, al notarlo, aprovechó aquel momento para abrir la puerta y salir. Con paso firme continuó caminando, hacia delante, sin mirar atrás. Y ella impotente, no pudo hacer más que verlo alejarse.

De pronto, lo vio claro, dejó un tiempo prudencial, el que estimaba justo para que él se fuera de allí para salir del baño y mientras volvía a la mesa con las chicas aquella claridad aterradora se le echó encima…. ¿culpa?, no había culpa, ella ya lo había perdonado, de hecho nunca lo había llegado a culpar… y como dice la locución latina, principio de derecho penal… “nullum poena sine culpa”, o lo que es lo mismo, no hay pena sin culpa. Él, nunca cumpliría su condena, pero inexplicablemente, ella sí que la estaba cumpliendo.

sábado, 20 de agosto de 2011

Entre tu, y yo. CAP.4 "Noche de chicas" vol.1


Hacía tiempo que no salía con sus amigas. Una noche de chicas no es tanto, si cada una de ellas está cada 15 minutos pendiente del móvil por si la ha llamado su novio. Lo peor de todo es que a ella, le hubiera gustado estar también pendiente del móvil, por si la llamaban, pero en lugar de eso tenía que disimular.

Cuando se paraba a pensar y en su interior nacía la idea de que toda su vida era una farsa, que había tenido que pasar buena parte del tiempo haciendo como que no se daba cuenta de las cosas y disimulando, y lejos de deprimirse, pensaba en porqué no se había dedicado a la interpretación. Habría sido una buenísima actriz. Pero inmediatamente abandonaba la idea. Fingir en el trabajo y en la vida real debía ser ciertamente agotador. Aún en su día a día, a ratos, fingir era agotador. A veces ella misma confundía su realidad con su mentira. Para mentir bien hace falta creerse la propia mentira. Creerse su mentira le ha hecho mentir bien, pero olvidar cuáles son sus verdaderos sentimientos.

La tarde en aquel local transcurría más o menos como había previsto, copas, risas, música, buen humor… una tarde relajada, en la que había conseguido, sin darse cuenta, evadirse de sus preocupaciones, sus temores. De pronto, hubo un silencio, y se pararon a escuchar la música que en aquel momento estaba sonando.

-Me encanta esta canción! pero no sé cómo se llama… -dijo una de las chicas.

-Chasing cars, de Snow Patrol. –dijo ella. Y sin darse cuenta, sus amigas desaparecieron, y empezó sólo a atender a la música, a la letra de la canción. “We don’t need, anything or anyone”, fue la primera frase que escuchó. De pronto, mientras el vocalista entonaba el “If I lay here, If I just lay here, would you lie with me and just forget the world?”, vio perpleja como él entró por la puerta del local. Y no entró solo. Entró con ella, mejor dicho, entró con “su ella”.

“Su ella” lucía orgullosa cogida de su mano, un paso por detrás de él. Él… bueno, simplemente era él. Ella, quiso desaparecer. Pero no podía. No sólo se lo impedía su orgullo, sino además su sentido de la justicia. No era justo que ella tuviera que esconderse. Así que aguantó el tipo. Cogió aire y permaneció quieta, casi inmóvil. Como si volviera a ser pequeña y estuviera jugando al juego del “pajarito inglés” en el que si te ven en movimiento te eliminan.

La canción continuaba sonando, y de nuevo vino el estribillo, que rezaba aquello de… “si me tumbo aquí, si simplemente me tumbo aquí, ¿querrás tumbarte conmigo y simplemente olvidar el mundo?”. Entonces se dio cuenta. Eso era lo que él le había ofrecido, y ella había aceptado. Y él lo cumplía. Cuando estaban juntos, cuando se acostaban juntos, y despertaban juntos, simplemente olvidaban el mundo. Pero no era verdad. El mundo en realidad no desaparecía, simplemente se mantenía suspendido, cómo si el dios del tiempo Cronos, les concediera una tregua, un lapso de tiempo en el que todo valía sin consecuencia alguna, un descanso, una hora sin cámaras en la casa de gran hermano... lo que pasaba dentro de aquella habitación, era como si no contara para mundo. Era un “lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”. Y ella lo odiaba, porque la realidad en su vida era otra muy diferente, otra que existía más allá de una cama. Más allá del sudor, de los mordiscos, de los besos, de la saliva, de los gritos y jadeos, de los abrazos, de los lametones y pellizcos…

Entonces empezó a recordar cómo había empezado todo aquello. Inocentemente. Como un tonteo inocente, que no iba a ir a ningún sitio, que no debía ir a ningún sitio, porque había más gente de por medio. Había que esperar. Pero no pudieron esperar más. Y la realidad de la gravedad de la situación le había caído de pronto, como un jarro de agua fría. Cronos les había devuelto de golpe todas las treguas que les había ofrecido, y sintió como si alguien le hubiera partido el estómago de un hachazo. No… en realidad no… en realidad nadie le había dado un hachazo, aquella sensación de falta de aire, se la había buscado ella solita. Más bien había sido un suicidio Harakiri, por lo doloroso, pero sin la razón gloriosa por la que se quita la vida el guerrero Samurái. ¿Por un hombre? ¿Qué clase de muerte digna era aquella? Siempre se había burlado de la historia de amor de Romeo y Julieta, menudo par de tontos…

Pensando todas aquellas tonterías se le había olvidado que él continuaba en el local, y que era la última persona a la que le apetecía ver en aquel momento… no, en realidad sí que le apetecía verlo, habían estado separados unas dos semanas, pero le apetecía verlo en su templo, en su territorio… su cabeza trabajaba a una velocidad vertiginosa, todos aquellos pensamientos habían hecho palidecer su piel hasta el punto de que sus amigas se quedaran calladas y la miraran con preocupación.

-Nena, ¿estás bien? –preguntó una de las chicas preocupada. Cualquiera diría que has visto a un fantasma…

-¿Ehh? No, no, no…estoy bien, es solo que me he mareado un poco… voy a refrescarme al baño, ¿de acuerdo? No contéis ni un cotilleo sin mi, ¿eh? Jajajaja… en seguida vuelvo.

Antes de levantarse, oteó el local por si lo veía, pero no fue el caso. Probablemente se había ido de allí, eso esperaba al menos… de nuevo le entraron ganas de irse a su casa, aquel incidente le había amargado la noche, pero ya había pactado con ella misma quedarse, aguantando el tipo. Además sus amigas le preguntaría por qué se iba tan repentinamente… lo cierto es que se lo estaban pasando en grande. ¡Joder! De todos los locales de la ciudad, había tenido que ir allí… ¡maldito destino!. Con aquel enfurruñamiento se levantó por fin de la mesa. Iba con la cabeza agachada, el local estaba bastante lleno. De camino a los baños mientras iba inmersa en sus ideas, en su mala suerte y en lo tonta que era y se sentía notó cómo le flaqueaban las fuerzas. Notó cómo las piernas le temblaban y el corazón le iba a mil. Notó cómo un sudor frío le recorría la frente, y entre tantas sensaciones que provenían de su cuerpo, notó cómo un hombre la empujó. Entre el mareo que llevaba y lo distraída que iba por poco se cae al suelo, pero afortunadamente alguien la agarró. Cuando quiso darse la vuelta para agradecerle al desconocido que hubiera evitado que comiera suelo, el tiempo se ralentizó como cuando corrían los socorristas en “Los vigilantes de la playa”. De nuevo, maldijo al destino, ¿De verdad tenía que ser él el que la cogiera? En fin, ahora ya estaba hecho, allí estaba, frente a él. Y si ella estaba pálida, él se puso rojo. Le gustó. Al menos así se dio cuenta de que ella no era la única que lo estaba pasando mal o a la que aquello le parecía embarazoso. Pero… ¿Que se pusiera rojo? Quizá se avergonzaba de ella, temía que ella le montara una típica escena de amante ¿tan poco la conocía?

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